lunes, 10 de mayo de 2010

Oigo
el bullicio de los pájaros,
el sordo rumor de la espiga que se levanta,
el cuchicheo de las llamas,
el chasquido de los leños que cuecen mi comida;
oigo el sonido que más amo: la voz del hombre,
gritos que marchan juntos,
que se mezclan,
que se funden,
que se disgregan...
oigo los ruidos de la ciudad y del campo,
los ruidos del día y de la noche...
Muchachos que conversan con aquellos que los aman,
la risa abierta de los trabajadores a la hora de la comida,
la nota agria de la amistad deshecha,
los quejidos del moribundo...
Oigo la voz del juez que pronuncia, con las manos agarradas a la mesa y los labios pálidos, una sentencia de muerte,
los gritos de los estibadores que descargan los barcos atracados al muelle,
el estribillo de los que levantan el ancla,
el tañido de la campana de alarma,
los gritos de ¡fuego!,
el zumbido y el estrépito de las máquinas y de los carros de bomberos, con sus luces de colores, que van pidiendo paso;
oigo el silbato del tren que atrrastra su carga pesada de vagones;
oigo la marcha lenta que suena al frente de unos soldados que caminan de dos en dos,
(van a hacer guardia frente a un cadáver;
hay crespones negros en el asta de las banderas)

Oigo el violonchelo (es el lamento de un corazón adolescente),
oigo el cornetín que penetra agudo en mis oídos y retumba enloquecido en mis entrañas.
Oigo el coro -asisto a una gran ópera-,
ahí está el tenor, fuerte y joven como la creación.
La órbita flexible de su boca vierte sobre mí cataratas de gozo.
Oigo a la soprano. (¿Qué vale mi canción comparada con la suya?)
La orquesta me lleva en giros más amplios que los del planeta Urano,
y saca de mí entusiasmos que yo desconocía;
me levanta y me hace navegar desnudo por mares.
Un granizo amargo y enemigo me azota y pierdo el aliento.
Me siento hundido en un baño dulce de morfina y mi garganta se anuda como si fuese a morir...
Al fin vuelvo otra vez a este enigma de los enigmas que llamamos el Ser.

- - - · - - -

¿qué significa existir en una forma?
Vamos girando todos sin cesar para volver otra vez desde la curva más distante.
Si no hubiese nada más desarrollado que una ostra en su caparazón de piedra, eso sería bastante.

Pero yo no tengo cascarón.
Tengo hilos conductores rapidísimos, ya esté quieto o en marcha,
tentáculos que se apoderan de todas las cosas y las llevan intactas a través de mi ser.
Cuando rozo, palpo o siento con mis dedos soy felíz.
Y tocar otro cuerpo es algo que apenas puedo resistir.
Y ¿qué es tocar, qué es sentir otro cuerpo?
Es entrar tembloroso en una nueva identidad.
Llamas y éter precipitándose por mis venas.
Es algo de mí mismo que me traiciona y sale violento a ayudar a este fuego.
Mi cuerpo y mi sangre se mueven como el rayo para caer sobre esto que llega y que apenas se diferencia de mí.
Por todas partes incitadores salaces que paralizan mis miembros,
y fuerzan la ubre de mi corazón hasta sacarle la última gota;
incitadores que conducen desvergonzadamente conmigo y no me obedecen.
Con no sé qué intención me privan de lo mejor de mí mismo.
desabrochan mi ropa y me sujetan por los lomos desnudos;
me alucinan en mi confusión con la calma del sol y de los prados,
desplazan orgullosos mis sentidos (mis compañeros de trabajo),
los sobornan para hacer cambalache con el tacto y recoger todas las sensaciones de mi piel,
se burlan de mis fuerzas exhaustas y de mi cólera,
llaman al resto de la chusma incitadora para que se diviertan un rato
y al fin todos se juntan en montón para atormentarme.
Los centinelas abandonan las otras partes comprometidas de mi ser,
me entregan inerme a un salteador sanguinario
y se unen a los demás para contemplar y precipitar mi derrota.

Traidores fueron que no me dejaron en sus manos.
Pero ¿qué estoy diciendo?
¡soy un miserable!
Nadie más que yo fue el traidor.
¡yo soy el gran traidor!
Yo mismo me uní a la facción,
mis propias manos me llevaron allí.
¿qué estás haciendo, tacto maldito?
¡déjame, déjame!
Mi garganta se cierra, mi aliento se para...
¡por favor, por favor... abre tus compuertas!
¡eres más fuerte que yo!

- - - · - - -

¡tacto que amas y luchas a ciegas!
¡tacto encapuchado y enfundado!
¡tacto de finos colmillos puntiagudos!...,
¿no te dolió dejarme?

¡al llegar, comencemos de donde partimos,
pagamos sin cesar una deuda perpetua
y la lluvia copiosa da frutos abundantes!

Al borde del camino prenden brotes vitales y prolíficos,
proyectos de paisajes masculinos, sazonados y augustos.

- - - · - - -

Todas las cosas tienen su verdad.
Una verdad que no se apresura ni se resiste a salir.
No son necesarios los fórceps del cirujano para traerla al a luz.
Lo insignificante es tan grande para mí como lo más grande.
(Y ¿qué es más grande o más pequeño que el tacto?)
Ni la lógica ni los sermones me convencen.
La humedad de una noche entra más profunda en mi alma que todas las palabras.

(sólo lo que se prueba en todos los hombres y en todas las mujeres es verdad,
y sólo lo que nadie puede negar existe.)
Un minuto y una gota de mí mismo sosiegan mi espíritu.
Creo que la tierra húmeda será un día luz y amor,
que el cuerpo del hombre y de la mujer
son el compendio de todos los compendios,
que el amor que los une es una cumbre y una flor
y que de ese amor omnífico han de multiplicarse hasta el infinito
y hasta que todos y cada uno no sean más que una fuente de alegría común.

- - - · - - -

Creo que una hoja de hierba es tan perfecta como al jornada sideral de las estrellas,
y una hormiga,
un grano de arena
y los huevos del abadejo
son perfectos también.
El sapo es una obra maestra de Dios
y las zarzamoras podrían adornar los salones de la gloria.
El tendón más pequeño de mis manos avergüenza a toda la maquinaria moderna,
una vaca paciendo con la cabeza doblada supera en belleza a todas las estatuas,
y un ratón es milagro suficiente para convertir a seis millones de infieles.

Descubro que he asimilado
granito,
carbón,
musgo,
frutos,
semillas,
raíces...
y que todo mi cuerpo está impregnado
de cuadrúpedos
y de pájaros.
He dejado allá lejos, por razones escenciales, las formas inferiores
pero puedo hacerlas volver a mí cuando quiera.

extracción de "Canto a mí mismo", de Walt Whitman.

....


Y así podría seguir transcribiendo durante un rato laaargo, pero creo que ya fue suficiente.

1 comentario:

Sabúl dijo...

Me había olvidado lo bueno que es esto.

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¡PUTOS TODOS LOS ENEMIGOS DEL PINTOÍSMO!